I´M BACK 😎 // Manuel Milanés

I´M BACK 😎 // Manuel Milanés

 

Buenas tardes, buenas tardes, ¡díganme algo! Esta es la intro, ¿de qué otra forma se puede regresar prácticamente de la muerte? ¿Cómo puedes regresar si no es con buen ánimo y alegría? Sí, sí, el 22 de agosto prácticamente morí, pero no fue así. Una mano hizo el disparo y la otra desvió la bala. Al buen decir San Juan Pablo II, el papa.

Bueno, señores, tranquilos, tranquilos, eso no va a cambiar la seriedad, ni la alegría. Nosotros, los que creemos en Dios, tenemos que estar permanentemente alegres. La tristeza es falta de fe. ¿No sabías eso? Cuando estás triste, es porque te falta fe, te falta confianza en que Dios hará que todo salga bien. ¡Así que no hay que estar tristes, hay que estar bien!

Ustedes no se imaginan la fuerza que me dio este movimiento que se creó a partir de ese disparo. Tanta gente conectada para orar por mí, para desearme lo mejor, escribiendo… Estuve casi una semana, ¡10 días!, respondiendo uno a uno a todos los que me escribieron en privado. Así que, muchísimas gracias de verdad a todos ustedes.

Te voy a pedir que compartas, recuerda que estamos luchando contra el algoritmo, llevamos un mes apagados. Además de eso, también tenemos competencia con un programa habitual que la gente está viendo. ¡Así que tienes que avisarles a todos! Ayúdame, comparte, toma el enlace y compártelo en todos los grupos. ¡Cuánta gente, señores, cuánta gente!

¡El gallo está listo! ¡Para arriba el lío! Así mismo, nacimos listos, nacimos «ready». Esto fue un mes de vacaciones para recuperarme y ponerme un poco de hierro.

Javier, el gallo… eh, pero ¿qué pasó aquí? ¡Javier, el gallo, entró con todo! Billete para que no quede rastro de nadie, no quiere competencia. Javier entró, cerró y se fue. Ya recojan los guantes que llegó el gallo. Manuel, Wilfredo Estrada, Roberto Hernández… ¡suban la caja, súbanle la caja al gallo que la tiró durísima! Se fue con todo, ¡durísimo! ¿Quién más? Kenia, muchísimas gracias, Kenia. Claro, ¿qué otra energía puedo tener? Vi la muerte ahí, sí, la vi.

Y ahí empiezan las conclusiones de lo que pasó. Hoy, creo que puedo estar aquí una hora, no creo que más, porque todo esto es un ejercicio. Todavía me duele mucho el brazo, para que ustedes lo sepan. Aquí mismo, donde estoy ahora, tengo un dolor de brazo terrible. Si no estuviera con ustedes y no tuviera la adrenalina de estar aquí, yo estaría acostado o pidiendo que me hicieran algo en el brazo. Lo estaría levantando, porque me duele muchísimo.

Pero, como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer, uno de mis ángeles de la guarda, en Camino número 208: «Amando el dolor, bendiciendo el dolor, santificando el dolor, glorificando el dolor». Hay que entregar el dolor. Cuando te duela algo, entrégale ese dolor a Dios como sacrificio por todo lo que lo has ofendido. Ese Dios grande, misericordioso, que todo lo ve, todo lo entiende y todo lo perdona. Así que hay que aprender también a lidiar con el dolor. Si tengo dolor, pues le duelo yo a él. Así que hoy estaré aquí una hora, no más.

Javier me dijo que me estoy mejorando, y claro, me tiraron con todo. Me pusieron titanio. George, tú tienes todas esas imágenes, deberías ponerlas. A veces me acuerdo del dolor después, y es increíble. No hay calmantes, ni medicinas, ni inyecciones que te salven de un dolor así. Alexander, que está por aquí, sabe de lo que hablo, porque él es fisioterapeuta. Muchísimas gracias por ofrecer tu ayuda, sé que me va a servir muchísimo.

Pues vamos a comenzar con la oración que siempre hacemos. Ave María, madre de Dios y de los hombres, gaviota de Nipe, paloma del Cobre, que volaste del cielo a la bahía, de la bahía a la montaña, y de la montaña a la nación. Pósate en el corazón de tu pueblo, madre piadosa. Mira desde tu santuario del Cobre a tantos hijos diseminados por el mundo, que vuelven sus ojos esperanzados hacia ti, y que, a pesar de la distancia, te aman y recuerdan. Virgen del Cobre, virgen mambisa, virgen morena, virgen de la Caridad. Vuelve a navegar, marinera, sobre tu bote criollo y salpica con las frescas gotas de tu manto, convocando un día a todos tus hijos ante tu presencia, para el renovado júbilo de la familia reunida en tu regazo materno.

Ave María, que patrocinas a Cuba bajo el título de la Caridad, hoy me postro ante ti para pedirte por la patria que sufre. María del Cobre, vuelve tus ojos misericordiosos a todos tus hijos, a los que, desafiando la naturaleza, se lanzan al mar buscando la libertad, y a los que ya no están, porque en la muerte encontraron esa libertad. A todos los que estamos mordiendo el pan del destierro, líbranos, señora, de todo pecado y mal: del egoísmo, de la mentira, de la vanidad, del odio, de la venganza, de la desunión, del materialismo y de la envidia. Que la cruz de tu Hijo, que nos muestras como símbolo de nuestra evangelización, nos comprometa a dar testimonio de amor ante el mundo. Dame tu «amén».

Ahora, dame tu «amén». Quiero oírlo aquí, quiero que lo escribas y yo lo escuche. «Amén», como se dice fuerte cuando estás de acuerdo con lo que dice Dios. «Amén» es la palabra de un hombre

o una mujer cuando está de acuerdo con lo que escuchó. Amén significa: «Estoy de acuerdo». Así que dame tu «amén», vamos a arrancar.

Ya los saludé un ratito. Me bañé de cariño y les voy a decir algo. Primera conclusión de todo esto: la persona próspera, la persona a la que la vida le va a sonreír, la persona que va a ser feliz, es aquella que va a disfrutar el proceso, el camino.

Ah no, espérate, espérate, espérate… ¡No, espérate! Javier, por eso es que en este canal no se pueden estar inflando los comentarios, Manolo. Un poquito los comentarios, mira esto, mira esto. ¡El gallo saltó con 49 y le tiraron 50 cañas! ¡Ay mi madre! Alain Suárez, en este gallinero, en esta valla, el gallo que pica más duro… ¡Ay mi madre, Javier! Y ahora, Javier, eso pasa por estar tirando el pelazo al aire, así porque te salta uno. Suena la caja, Manolo, ¡suena la caja que se va! Se metió para el medio tronco, ¡metió 50 cañas! Y dijo: «No, espérate, espérate, que este gallo está cantando aquí y esto ni ha empezado». ¿Cómo tú empiezas a cantar si esto no ha comenzado?

Bueno, seguimos. La persona que le va bien, la persona que disfruta el proceso, es aquella que se conforma con poco, esa persona sabe admirar. Esa persona disfruta servir, disfruta hacer el bien al otro. La persona que no va a ser próspera es el ingrato. Muchísimas gracias, Lachi Vega, por tu aporte al canal. Muchísimas gracias también a los demás. Esa persona no sabe admirar, o lo hace de forma negativa. ¿Cuál es la admiración negativa? La envidia. Así que, si te sentiste orgulloso de que un compañero… ¡Ah no, espérate, espérate, espérate, espérate!

Bueno, ahí lo tienes. Primera conclusión de este disparo mortal en mi cuerpo: tenemos que aprender a admirar para ser prósperos. Si solo sabemos envidiar, no vamos a prosperar. Si ya sabes admirar, siéntete feliz contigo mismo, que vas a ser una persona próspera. Si solo sabes envidiar, revísate, que la envidia le hace más daño al que envidia que al envidiado.

Bueno, ¿qué pasó? Yo sé que muchos de ustedes quieren saber. He dado algunas entrevistas, pero por supuesto, los detalles los dejé para mi audiencia. ¿Qué pasó el 22 de agosto de 2024? ¿Qué pasó ese día? Bueno, el 22 de agosto de 2024 yo estaba en la sala de mi casa y sentí un choque, un golpe de un carro. Temí que le hubiera pasado algo a mi hijo, que sale a esa hora a botar la basura, y pensé que algo le había pasado a él. Salí corriendo. Cuando salí, vi a un hombre tratando de romper o entrar en el carro que estaba chocado, y escuché unos gritos dentro del carro.

Lo primero que pensé fue cómo ayudar a esa familia, cómo ayudar a esas personas. Había un accidente y lo correcto era ver cómo podía ayudar. Pregunté si habían llamado al 911, y el hombre me dijo que sí. Luego le pregunté si necesitaba ayuda para abrir los cristales. Me dijo que sí, así que entré corriendo a mi casa y salí con un dispositivo que tengo para eso. Cuando me acerqué al carro, él me dijo que lo ayudara. Justo cuando estaba por romper el vidrio, escuché los gritos dentro del carro, un carro con los cristales totalmente negros, no se veía nada por dentro, solo se escuchaban los gritos.

Cuando me acerqué más, una mujer, que luego supe que era la madre, abrió un poquito la ventana, apenas dos pulgadas, y me gritó: «¡No lo ayudes a romper el vidrio! ¡No rompas el cristal, él tiene una pistola y nos quiere matar a mí y a mis hijos!». Como pueden imaginar, eso lo cambió todo. Fue como un cubo de agua fría. Yo, en pantaloncitos de pijama, con una camisilla y un puñalito en la mano, mirando a un hombre que tenía una pistola. En ese momento vi la pistola. Imagínense esa escena. Yo, queriendo ayudar, y me encuentro con eso.

Pues si mañana me muero, ya estoy listo para el entierro, no tienen ni que vestirme. Soy un hombre muy… ¿cómo decirlo? Presumido, me gusta verme bien, me siento bien cuando me veo bien, porque creo que agrado a los demás. Entonces, imagínense ustedes, yo ahí pensando en todo, hasta si me meten un tiro ahora. Pensé: «Todo el mundo me va a ver muerto aquí, en camiseta y pijama». De todo pensé, de verdad, lo que menos hice fue temer por mi vida. Se los digo sinceramente, no me pasó por la mente. No es que yo sea más valiente que nadie, pero creo que la responsabilidad, la adrenalina o lo inesperado me hicieron reaccionar así en ese momento.

Porque, tampoco es que nací ayer, ¿eh? Recuerden que yo nací en el barrio «Carraguao». Tengo mis habilidades callejeras, y no es la primera vez que me enfrento a alguien armado, no es la primera vez que me ponen en una situación así, desarmado mientras el otro tiene un arma. Lo que hice fue usar mi psicología y decirle: «No la mates, es tu familia, es una mujer, no la mates». La señora que me había dicho que no rompiera el cristal lo volvió a subir, y ahí estaba yo, justo en la puerta de mi casa.

Voy a abrir las líneas luego porque quiero enterarme de lo que ustedes escucharon, las versiones que se dieron. Algunas fueron hasta cómicas. Quiero que me llamen y me cuenten cómo se enteraron y qué versión escucharon, porque fue terrible.

En ese momento, lo único que pensé fue pedir por la vida de la señora y sus hijos: «No la mates, no les hagas daño, piensa en tu familia». El hombre me apuntó con la pistola y me dijo: «Vete, entra para tu casa». Y eso fue justo en la puerta de mi casa, no a la vuelta de la esquina, no a 50 metros, ¡en la puerta de mi casa!

Me dijo que me fuera, y yo le repetí: «No la mates, por favor. Yo me voy, pero no les hagas daño, son niños, es una mujer indefensa». Entré a mi casa, y como es lógico, busqué mi pistola. Tengo otras armas, como rifle y escopeta, pero creí que lo adecuado en ese momento era usar una pistola, porque no iba a salir vestido de Ranger, además, no había tiempo. Había una mujer y unos niños en peligro de muerte con un hombre que, al verle a los ojos, supe que los iba a matar. No tenía la menor duda. Luego supe que era su pareja, y dos de los cuatro niños eran de él.

Así que entré, busqué mi pistola y salí. Cuando volví afuera, vi que este hombre había roto la ventana y estaba entrando en el carro. Le pregunté si habían llamado al 911, y ya lo habían hecho. Yo no pensé en llamar al 911 porque sentí que ya lo habían hecho, y lo único que pensé fue cómo impedir que este hombre matara a esa familia. Eso fue lo que me movió, impedir que ese hombre asesinara a esa mujer y a sus hijos, justo frente a mi casa, siendo ellos indefensos. No podía quedarme sin hacer nada.

Entiendo que a muchos les haya asustado la noticia, y comprendo a quienes dicen que fue un acto irresponsable, que debí pensar en mi familia. Lo entiendo todo, y no les quito razón, pero fue lo que decidí en ese momento. Así que, entiéndanme también a mí, fue la decisión que tomé.

Vamos a empatar, porque ustedes saben que a mí no me gusta empatar, los cubanos empatando perdemos. Nosotros siempre queremos ganar. Pero en este caso, acepto que otro lo hubiera hecho de otra manera, pero también acepten que lo hice con buena voluntad, con la mejor intención.

Cuando salí, ya él había roto la ventana con la pistola y estaba entrando en el carro. Solo tenía las dos piernas por fuera del cristal, porque era un hombre bajito. Así que en ese momento pensé: «Si le disparo ahora…»

Yo lo que pensé fue: si lo hiero, un hombre rabioso y herido, creyendo que va a morir, puede hacer una masacre dentro del carro. Los gritos se escuchaban, estaban asustadísimos. Él estaba de espaldas a la ventana, sentado en el asiento del pasajero, apuntándole a la señora. Ella tenía un niño en brazos, y ese niño estaba ensangrentado porque se había cortado con los vidrios cuando él rompió el cristal.

Yo escaneé la situación: vi a los niños en la parte trasera, vi hasta un carrito de bebé. En un espacio tan cerrado, con seis personas —cuatro niños, la señora y él—, lo que hice fue ponerle mi pistola en la cabeza y decirle: «Dame tu pistola, dame tu arma. No te quiero matar».

El hombre, nervioso, me decía: «No me mates, no me mates», y empezó a girarse hacia la ventana. Cuando se dio la vuelta, vi que tenía la pistola en la mano derecha. A pesar de que yo le tenía mi pistola en la cabeza, con mi mano izquierda le sujeté la derecha, porque quería quitarle el arma. Pensé que, si lograba desarmarlo y él se entregaba, todo terminaría bien: llegaría la policía y nadie moriría.

Pero él decidió que no. Con su mano izquierda trató de quitarme mi pistola. Yo le decía: «No quiero dispararte, no quiero dispararte», pero estaba preocupado porque, si disparaba, podía hacerle daño también a la mujer. No quería hacerlo, no quería matarlo.

Él no lo entendió así, y en un movimiento rápido, giró su muñeca y me disparó a quemarropa, a apenas unas pulgadas de distancia. Imagínense, yo con la pistola en su cabeza, sujetándolo y tratando de quitarle el arma, y él disparándome. Pensaba en todo: si disparo y la bala atraviesa, le doy al niño, o a la mujer que estaba justo atrás. Un espacio cerrado, niños gritando «papá, papá», la mujer pidiendo ayuda, y el 911 escuchando todo en vivo, porque la señora tenía la llamada activa. Todo eso lo recuerdo milimétricamente.

Dios quiera que me borre lo que no debo recordar. Entonces, aunque le tenía su mano agarrada, él hizo un movimiento de muñeca y me disparó. Sentí el disparo que me entró entre el pecho y el hombro, cerca de la axila, y caí hacia atrás.

Primera conclusión: para aquellos que piensen que me pasó algo porque estaba tomando cerveza o porque me comí unos chicharrones que me cayeron mal, les digo que no. Que nadie venga con historias de películas de vaqueros o policías donde el héroe se arranca la bala. No, señores, un disparo es como si un camión te pasara por encima. No hay guapería ahí. Vas directo al suelo porque el disparo fue a boquejarro como decimos los cubanos, y fue con un pistolón.

Cuando caí al piso, ya no sentía este brazo. Lo único que hice fue mirarme, y ustedes han visto cómo se rompe un tubo de agua, ¿verdad? Bueno, imagínense un chorro de sangre saliendo a un pie de altura. Yo pensé: «No quiero que mi esposa me vea así, no quiero que mis hijos me vean así». Pero ahí estaba, y había que seguir adelante.

El hombre me miró por el retrovisor, vio que estaba abatido, pero también vio que yo seguía listo, con mi pistola en la mano derecha. No estaba muerto, no estaba gritando «ay, me diste». Yo estaba en el suelo, pero con la pistola lista por si él salía del carro. ¿Qué iba a hacer? No lo sé, pero si él salía por la puerta…

Ya yo estaba en pleno tiroteo, sin temor a que pudiera darle a alguien más. Si hubiera sido necesario, le habría disparado. ¿Qué hizo este hombre, agravando aún más la situación y confirmando sus malas intenciones? Sacó la mano por la ventana, sin salir del carro, y disparó dos veces más contra mí. Yo estaba en el suelo. Él me miró por el retrovisor, sacó la mano y disparó dos veces más. Una de las balas me pasó tan cerca que me acordé de la escena de Matrix, cuando el protagonista esquiva las balas. También recordé lo que dijo Trump en su momento, que sintió el silbido de una bala. Bueno, a mí también me silbó una bala cerca, pudo haberme dado. Él no salió del carro, solo disparó desde la ventana.

Cuando vio que, a pesar de los disparos, yo seguía listo, empezaron a escucharse las sirenas de los bomberos, la ambulancia y la policía, porque la señora seguía en altavoz con el 911. Entonces, decidió salir por la puerta del lado de la señora, pasándole por encima y escapándose.

Yo, abatido en el suelo, vi sus pies mientras trataba de rodear el carro. Pensé que venía a rematarme. Me preparé, me giré, listo para defenderme si se acercaba por detrás. Pero parece que vio que eso le tomaría tiempo y la policía ya estaba llegando, así que se subió al carro y se escapó.

Y ahí llegó mi primer ángel, porque en toda esta historia he tenido muchos ángeles. En este momento, tengo conmigo en el estudio a otro de esos ángeles, mi doctor y amigo Raúl, que me dedica dos horas de su día, todos los días, de 5 a 7 de la mañana, ayudándome a recuperarme física y mentalmente. Pero mi primer ángel en esa escena fue el deputy sheriff Richard Jacob.

Richard Jacob, un joven recién graduado de Ave María, lleno de símbolos: medallitas de la Virgen Milagrosa, una estampita de San Miguel. Él llegó en medio de aquel caos: niños gritando, una madre pidiendo ayuda dentro de un carro, y el carro empezaba a incendiarse. Esto no es una película, es lo que pasó realmente.

Hace poco, lo conocí porque salí a buscar a todos los que me salvaron ese día. Aún me faltan algunos, pero a todos los voy a abrazar. Ese abrazo no se le escapa a nadie. Cuando lo encontré, me presenté: «Manuel», le dije. Desde que vi la placa con su nombre, supe que él era quien me había salvado. Ni le pregunté, simplemente me lancé sobre él llorando como un niño. Un hombre de casi 2 metros, lanzándome sobre un sheriff americano, colorado, lleno de estrellas y medallas. Lo abracé y le dije: «Tú me salvaste la vida, somos hermanos en Cristo. Nunca en la vida te voy a olvidar, siempre te lo voy a agradecer».

Él me miraba, pero esa conexión fue real. Me dijo: «Manuel, fue tu testimonio. La Virgen me dijo: ‘Sálvalo a él'». Imagínense, la misma Virgencita a la que le rezamos todos los días, le dijo al sheriff: «Sálvalo a él». En medio de todo ese caos, me salvó. Nos quiere a todos, por eso debemos seguir orándole.

Me abrazó, y ese fue un abrazo profundo. Yo podía haber sentido miedo, rabia por estar tan cerca de una muerte absurda en la puerta de mi casa, o vergüenza de que me vieran así. Pero no, me sentí abrazado por un hombre al que ni conocía, un policía, un ángel. Me preguntó: «¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives?» porque ellos necesitaban saber cómo estaba yo. Y yo le respondí: «Mi nombre es Manuel Milanés, y vivo aquí. Pero lo que quiero saber es qué pasó con la familia».

El sheriff, mi hermano en Cristo, mi salvador, mi ángel, me dijo: «Tú salvaste a una madre y a cuatro niños. Ahora se trata de salvarte a ti. Tú lo hiciste bien, ellos están bien».

Una persona que no me conoce, que no tiene ningún vínculo conmigo, ni siquiera es de mi nacionalidad… eso solo lo hace Dios. Eso solo pasa en corazones de hombres como Richard, que tiene a Dios en su corazón, que es temeroso de Dios y sabe identificar cuándo hay que hacer lo correcto, no lo conveniente. Cuando me dijo eso, me avisó: «Te tengo que hacer algo que te va a doler, pero debo hacerlo». Sacó un paquete de gasas y me las metió en la herida. Oigan esto, ya no estamos hablando de una película, esto me pasó a mí. El disparo no dolió, pero aquí empezó el verdadero dolor. Me metió las gasas en el agujero, con el dedo hasta dos pulgadas adentro, dejó el hueco lleno de gasa. Tomó otro pedazo y lo repitió, metiendo el dedo de nuevo. Hice un gesto de dolor, y él me dijo: «Sí, sé que duele, pero te tengo que salvar la vida. Así se detiene la hemorragia».

Raúl, mira, estas son las personas de detalles. Señor, me echaste a perder la sorpresa. ¿Qué día fue? El 22 de agosto, el día de la fiesta de la Virgen. ¿Cómo iba a dejar que yo muriera ese día? ¿Cómo iba a permitir que un Mariano como Manuel Milanés muriera? No, eso no iba a pasar.

Ahí llegó otro ángel, el paramédico Lázaro, hijo de cubanos. Me recibió, me subieron en la camilla y me metieron en la ambulancia. Me hizo una pregunta: «¿Tú lo tuviste a tiro, por qué no disparaste primero?» Le volví a responder: «Porque no quería matarlo». El hombre no sabía si yo estaba en lo correcto o no, pero le dijo a su compañero, que estaba ahí con él, con mucha experiencia, un hombre que estuvo en el Army, y que además me salvó poniéndome medicina para el dolor. Gracias a eso, aguanté una hora en la ambulancia, desde mi casa hasta Fort Myers. Oigan esto, una hora sangrando.

Me había puesto la gasa, y cuando Lázaro me preguntó de nuevo por qué no disparé primero, le dije: «Porque no quería matarlo». Se lo repito a ustedes: no quería matarlo. Ese día se salvó su vida también. Si hubiera disparado, lo habría matado.

Él se sobresaltó y dijo: «Esto es un héroe». Luego me dijo: «Manuel, esto te va a doler, pero tengo que hacerlo». Me puso más gasas y me apretó el hombro. Si el disparo no dolió, las gasas que me metió Richard sí dolieron mucho. Pero el apretón de Lázaro… ese sí dolió. Ahí fue cuando arranqué con el Ave María, Padre Nuestro, porque dije: «No voy a morir por el disparo, pero no sé si aguanto el dolor». Era fuerte, ya tenía la clavícula destrozada y las venas sangrando.

Plumber dijo: «Voy a hacer algo para ayudarte, para que te duela menos». No recuerdo bien si fue un suero o algo más, porque Lázaro estaba constantemente hablando conmigo, diciéndome: «Te necesito despierto, tenemos que estar una hora despiertos». Yo aguantaba el dolor, pero, señores, les tengo que decir, y este es mi testimonio, que sentía una paz tremenda. No sentí miedo.

Fíjense, claro, los cristianos me entienden. Deyanira y todos los que oraron por mí me entienden. Si crees que estás a punto de encontrarte con Dios… como dijo mi amigo y hermano Boncó cuando vino: «Compadre, San Pedro estaba berreado porque le tocabas la puerta y salías corriendo». Así estaba yo, iba y venía, iba y venía.

Lázaro estaba ahí conmigo, dándome apoyo: «Sígueme hablando, dime la dirección de tu casa, tu fecha de nacimiento», porque quería asegurarse de que estaba consciente. Así pasé esa hora. Le pregunté un par de veces, si mal no recuerdo: «¿Nos va a dar tiempo, Lázaro? ¿Llegamos?». Él me respondió: «Vas a llegar, Manuel. Tranquilo, vamos rápido y vas a llegar». Y ahí estaba yo, tocándole la puerta a San Pedro y corriendo, mientras Lázaro me aseguraba que todo iba a salir bien.

Cuando llegamos al hospital, Lázaro me dice: «Ahora no te asustes porque va a salir mucha gente. No te impresiones, no estás peor que cuando yo te recibí. Ya te entregué, estás en el hospital, estás bien, y todo va a salir bien». No te asustes.

En efecto, me bajan de la camilla, se abren las puertas y empieza a salir gente. Uno me agarra la camiseta y me la quita, otro me quita el pijama, y yo pienso: «¿Qué está pasando aquí?». Esa gente no preguntó nada, estaban enfocados en salvarle la vida a un hombre. Nadie preguntó si yo era criminal, héroe o quién había disparado. Ellos solo se dedicaron a salvar al que había llegado. Ya sabían mi condición porque la ambulancia va informando, y cuando entro me reciben, entre otros, Bob, otro ángel, el jefe de cuidados intensivos del hospital traumatológico de Fort Myers. Bob Robert, me dice: «Esto te va a doler, pero tengo que hacerlo». ¡Ay, mi madre! Es la tercera vez que me dicen eso, y cada vez que lo dicen, duele más. Dale, Bob, métele. Yo no lo conozco, pero me está salvando la vida. ¿Qué le voy a decir? ¡Métele! ¡Éntrale con todo!

Bueno, eso hizo. Me picó aquí, debajo de la axila, me hizo un hueco y me metió un tubo, un chest tube, que es una máquina que te extrae todos los líquidos de los pulmones. Los pulmones ya estaban casi colapsados, llenos de sangre, porque, aunque detienen el sangrado por fuera, el cuerpo sigue sangrando por dentro. Sentí que respiré mejor, pero sí, dolió. Si el disparo no dolió y las gasas que me metió Richard Jacob dolieron mucho, y si el apretón de Lázaro para cortar el sangrado dolió aún más, el tubo… Ay, qué feo va a sonar, el tubo del chest tube de Bob, ese sí dolió. Fue como un palo de escoba por dentro, así se sintió.

La doctora, María, me explica que si no encuentran la bala en el espacio donde estaban buscando, tendrían que abrirme el esternón con un serrucho. Me pide mi aprobación, y yo, consciente, le digo que sí, firmo. Me pregunta mi nombre y le respondo. Luego le pregunto: ¿Cómo usted se llama? Me dice: María. Y yo dije, si me trajo Lázaro y me recibe María que va a pasar. Dígame doctora: ¿Hay probabilidades de morir en esta intervención?», y ella me responde: «Sí, hay altas probabilidades». Entonces le dije: «Quiero mi cura, quiero un sacerdote para que me dé los santos óleos. Soy católico, y me tengo que ir con los santos óleos». Es un sacramento, y los católicos saben que no me puedo ir sin ellos.

Le pedí un sacerdote, pero no había tiempo, no aparecía uno. Entonces pedí que entrara mi esposa. Era difícil, no había tiempo, me dijeron: «Manuel, no hay tiempo para despedidas, tenemos que salvarte ya». La anestesia estaba lista. Pero el sheriff dio la orden: «Dejen entrar a la esposa». Entró mi esposa, nos despedimos. Le dije: «Mi amor, tú eres una mujer de fe, arrodíllate y ponte a rezar, que nos vamos con Dios».

Y entonces dije: «Pónganme la máscara, que ya me voy a dormir. Duérmanme ya». Parecía una película. Me pusieron la máscara y me dormí. Para la inmensa y absoluta gloria de Dios, desperté al otro día. Estaba tan ajeno a lo que había pasado, a que medio mundo estaba orando por mí. Mi pueblo, Ave María, estaba rezando por todos lados. Tan ajeno estaba yo, que no sabía que había cadenas de oración desde México. Un matrimonio amigo nuestro se enteró cuando subían a un avión, y al aterrizar en el DF, fueron corriendo a la Basílica, donde trajeron una imagen de la Virgen, la original, la que venden ahí.

Tan ajeno estaba yo a lo que sucedía dentro de Cuba, donde había cadenas de oración, sacerdotes y religiosos orando. Tan ajeno a que tanta gente se unió en oración sin conocerme, sin haberme visto nunca. Incluso a algunos les caigo mal, muchos no comparten mis ideales, algunos me creen violento, pesado, arrogante… pero nadie merece morir. Tan ajeno estaba yo que se hicieron espacios para rezar, para hacer el rosario. Tan ajeno a tantas cosas que estaban pasando, y resulta que las oraciones fueron escuchadas. Y aquí estamos.

No se imaginan lo abrumado que me siento con tantos mensajes. Mi esposa me dice: «Tienes que hacer una nota de voz porque hay mucha gente nerviosa, no saben de ti y pueden correr noticias falsas. Hay muchas versiones». Yo le digo: «Bueno, hacemos la nota de voz, pero no sé qué está pasando». Y eso me abruma. Hablo con uno de mis directores espirituales, el padre Luis Armando, y le pregunto: «Padre, pero ¿qué es esto?». Aquí, en Ave María, me llaman héroe. Recibí 60 tarjetas de niños que no me conocen. Para ellos, soy el papá de América, porque no me conocen. Niños vecinos míos de Ave María diciendo: «Voy a orar por ti, eres un héroe. Defendiste a una mujer, lo hiciste por la familia, eres el héroe de Ave María».

El padre me dice: «Manuel, sácate de la ecuación. No pienses que eres tú, no pienses que Dios lo hizo solo por ti. Lo hizo por todos esos seres humanos, por todos esos buenos samaritanos que entendieron que lo que tenían que hacer era pedir por tu vida. ¿Cuánta gente regresó a la iglesia? ¿Cuánta gente que nunca había orado lo hizo?».

Bueno, pues imagínense ustedes. No es lo que pasó conmigo, no es qué quiere Dios para mí, ni si soy el elegido o no. No, no. Es lo que pasó con todos ustedes. Yo quiero que me lo pongan en los comentarios, porque quería hacerlo por llamada, pero no puedo dejar de decirlo. Quiero que me pongan en los comentarios cómo se enteraron y qué reacción tuvieron. Desahóguense, porque su testimonio les servirá a otros. No es cuestión de gentilicio. No es que «los cubanos son envidiosos y los americanos saben reconocer». No, no, no. Los prósperos saben reconocer y admirar, mientras que los pobres de alma, los frustrados, los perdedores, no saben admirar porque solo saben envidiar, y esa cadena de la envidia no los abandona.

Bueno, pero después de todas estas señales, después de un Richard, de un Lázaro, de una María, de un Bob, y de un equipo de enfermeras que me sacaban a pasear, en menos de ocho días ya estaba en mi casa con dos cirugías. Un cardiólogo me dijo: «Fue un milagro. En segundos tuve que tomar decisiones: entré por aquí, te puse un stent y con eso bloqueé la hemorragia. Pero fue en segundos, había más de cinco personas encima de ti y tú te estabas desangrando. Cuando quitamos la gasa, botaste tres litros de sangre en un minuto. Milagro».

Yo soy la prueba de que Dios existe y nos ama a todos. Yo, Manuel Milanés, soy la prueba de que Dios existe. Si no crees en Dios, apaga y vete. Si eres ateo, no tienes nada que hacer aquí, porque si no crees en Dios, yo no existiría. Estoy aquí hablando contigo hoy porque Dios existe, y fue por la intervención de la Virgen. Dios escucha las oraciones. Arráncate a orar cuando te pase algo, porque sí te escucha. ¿Tienes WhatsApp reventado y las líneas llenas? Claro que sí, porque escucha y hace milagros. Y si no, te da la fuerza para aceptar su voluntad.

Así que no es que era conmigo, ni que tiene algo especial para mí. No, yo tengo que seguir siendo como soy, porque la factura que pasó fue por lo que estaba haciendo.

Yo tengo que seguir haciendo esto. Tengo que seguir diciendo lo que digo. Tengo que seguir denunciando la tiranía, pero no me voy a dedicar mucho a darle argumentos a la gente. Si alguien me dice «no creo en Dios», le respondo: «Pues yo no existo para ti, soy invisible. Porque si tú no crees en Dios, nada conmigo tiene sentido».

Solo Dios hace que un hombre tan grande, tan ocupado y tan perseguido, dedique unos minutos a enviar una carta a este humilde servidor en un pueblito del sur de la Florida. Solo Dios lo hace. Solo Dios hace que el presidente Donald Trump, el titán, presidente número 45 y, por decreto, presidente número 47 de esta gran nación, dedique tiempo, él y su esposa Melania, para orar por mí y enviarme una carta. Solo Dios lo hace. Solo Dios toca los corazones de los grandes y les dice: «Aquí pasó algo, atiéndelo, ocúpate». Solo Dios. Ese es mi Dios, el que arrodilla al que se enaltece, el que quiebra al que se cree rico, el que hace llorar al que se ríe del débil, el que da vida al que la merece y también manda a «parquear» al que no. Ese es el Dios en quien yo creo. Bueno, pues ese Dios hizo que yo estuviera vivo.

Experiencia número uno: ¡Estate listo! Porque puede pasar en cualquier momento, en cualquier momento te llaman y te tienes que ir. Y cuando digo listo, es listo en serio. Tienes que estar confesado, tener los sacramentos, tu testamento, tus cuentas claras, haber hablado con tus amigos. Cuando te digo listo, es totalmente listo. Para que no te vayas molesto, ni sin estar preparado, para que no dejes cosas pendientes, ni molestias a tu familia. Tienes que estar listo, obligado.

Experiencia número dos
: Dedica menos tiempo a los que no te quieren, mejor aún, dedícales cero tiempos. Quien no te quiere, ya lo decidió. No va a cambiar. No te quiere, es así de sencillo. Hagas lo que hagas, no te va a querer. Así que dedica menos tiempo a intentar cambiar la opinión de alguien que no te quiere, y dedícale ese tiempo a los que sí te quieren, aunque sean cinco personas. Si solo tienes cinco personas que te quieren, entonces dedica el 20% de tu tiempo a cada uno, el 100% a esos cinco. Si le estás dedicando un 20 o 30% de tu tiempo a alguien que no te quiere, es tiempo perdido. Mientras más le hables, menos te va a querer, y todo lo que digas será usado en tu contra, como en los juicios. Dedícale tiempo al que se alegra por lo que haces, al que comparte tus ideales, al que te aporta, al que no viene a quitarte sino a traerte. Al que te está «chupando», al parásito, a la lepra, al tóxico, elimínalo. Puede llegar el momento hay un choque frente a tu casa y, en menos de un minuto, estés tirado en el piso con un disparo, porque nadie sabe. Esa es mi segunda experiencia: dedica tiempo a quien te quiere, no a quien no te quiere. Y, sobre todo, estate listo.

Apóyate en la fe. Pobre del que no tiene fe. Yo estaba tranquilo, porque si era mi día, iba a estar mejor. Considero que no lo he hecho mal, y sé que tengo un batallón de gente que oraría por mí para sacarme del purgatorio lo más rápido posible.

Así que apóyate en la fe. Busca a Dios, corre hacia Él. Estás solo en este mundo lleno de maldad, con tantas cosas malas. ¿Y vas a luchar sin fe? ¡No, hombre, no! Mírame a mí, ¿quién contra mí? Mira a quién tengo aquí: a mi Señor Jesucristo. Mira a quién tengo aquí: a mi Virgen querida. Mira a quién tengo aquí: al príncipe de la milicia celestial, San Miguel. ¿Para qué quiero guardaespaldas, y menos ahora, cuando creo que las balas no me entran, o si entran, no me matan? ¿Para qué guardaespaldas?

Mis guardaespaldas son el príncipe celestial, el que doblegó y le cortó la cabeza a Satanás, y lo mandó al infierno. La Virgen amorosa que intercede, y por encima de todo, Dios Todopoderoso, en la Divina Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Qué guardaespaldas necesito con un ejército así? Con la Divina Trinidad, la Virgen y San Miguel, ¿quién contra mí? Es un ejército.

Bueno, estas son mis experiencias y mi consejo es que estés listo en cualquier momento, dejes de dedicar tiempo a quien no te valora. Cámbialo, haz un «switch» y dedícale tu tiempo a quien realmente te aprecia, y, sobre todo, busca de Dios. Si ya lo conoces, acércate más, porque Dios es como un avión: desde lejos parece pequeño, pero si lo vives de cerca, se vuelve inmenso. Así que móntate en ese avión, porque te queda el camino, móntate porque es el momento de acercarte a Dios.

Además, no queda duda de que lo que tenemos en Cuba es una guerra santa. Lo veo claro, incluso he notado prácticas satánicas en Santiago de Cuba, con gente en las calles adorando a Satanás. Vi en Facebook a un hombre vestido de Satanás, caminando por las calles mientras la gente le besaba la mano. Esto es una lucha del bien contra el mal: nos robaron la comida, la electricidad, nos dividieron como familias, atacaron nuestra fe, pero lo que nunca nos podrán arrebatar es la libertad, y por esa lucharemos hasta que la impongamos en Cuba, porque es la voluntad de Dios.

Durante este tiempo que estuve fuera, me sentí como un consumidor en lugar de un productor, y lo que extrañé fue contenido serio. Me vi obligado a interrumpir mi mejoría porque no veía nada de valor: el mismo chisme, las mismas discusiones vacías, y mientras tanto, Estados Unidos hundiéndose en las garras del comunismo con una Casa Blanca controlada por la extrema izquierda. Nadie habla de las cosas importantes, como las implicaciones de la reelección de Trump, o de temas serios como las votaciones sobre la marihuana y el aborto. Me doy cuenta de que los cubanos merecen contenido serio, verificable y con argumentos, y por eso he decidido regresar y cubrir ese espacio. Me di cuenta que en este mes que estuve fuera de las redes nadie

ocupó este espacio de brindar contenido serio, verificable, defendiendo la verdad con argumentos, contra la tiranía, contra el comunismo en Cuba y en los Estados Unidos.

Finalmente, quiero dejar claro que lucharemos por la libertad de Cuba porque es un mandato divino. Creo en nuestra historia, en nuestra cultura, en los que derramaron su sangre por Cuba. Creo en la dignidad del pueblo cubano y en su capacidad para reconquistar su libertad. Y, sobre todo, creo en la fortaleza de nuestra juventud, en la hermandad de los cubanos y en Dios, en la patria y en la familia. Amén.

MANUEL MILANES  Consejo Para la Guerra Anticomunista CPGA

https://www.cpgalegal.org/

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