¿Cómo el MERCADO LIBRE salvará a CUBA? Entrevista al Dr. Miguel Anxo Bastos

¿Cómo el MERCADO LIBRE salvará a CUBA?

Entrevista al Dr. Miguel Anxo Bastos

Resumen:

Hoy presento una entrevista con el profesor Don Miguel Anxo Bastos, una figura influyente en mi formación sobre economía y un referente del anarcocapitalismo. En la conversación, tratamos el papel del mercado y su capacidad para resolver los problemas económicos de una sociedad, comparando el funcionamiento del capitalismo con la intervención estatal. En particular, nos centramos en el Ministerio de Comercio Interior de Cuba, responsable de implementar la cartilla de racionamiento desde los años 60. Don Miguel explica cómo los mecanismos del mercado, como los precios y el beneficio, coordinan la producción sin necesidad de un plan centralizado, en contraste con la ineficiencia de los sistemas controlados por el Estado. A través de ejemplos históricos y de la vida cotidiana, ilustramos cómo el mercado puede satisfacer mejor las necesidades de las personas. Además, discutimos la intervención estatal y los efectos negativos que produce en la economía, como la escasez y el aumento de precios. En el caso de Cuba, la economía informal sigue resolviendo las demandas de la población, lo que refleja las limitaciones del sistema centralizado. Un cambio hacia una economía más libre es posible y necesario para mejorar la calidad de vida en Cuba, inspirándonos en transiciones económicas exitosas en otros países del bloque socialista.

En Cuba, cualquier bien prohibido genera un mercado negro, como sucede con la leche condensada o cualquier otro producto. La intervención estatal, con sus estrictas regulaciones, distorsiona los precios, creando escasez y encareciendo los productos debido a los riesgos del comercio ilegal. Incluso cuando se intentan controlar los precios, como en la Unión Soviética,

siempre hay un desfase entre la planificación y la realidad del mercado. Las intervenciones provocan más problemas y terminan destruyendo cualquier avance en la oferta. A pesar de que se permitió un pequeño sector no estatal en Cuba, cuando este comenzó a estabilizarse, el gobierno intervino nuevamente, restableciendo la escasez. El exceso de regulación y los ministerios que imponen estas restricciones solo empeoran la situación. Aunque hay temor ante un posible cambio hacia una economía libre, experiencias en países del antiguo bloque socialista muestran que la transición, aunque dolorosa al principio, lleva a la abundancia. Cuba tiene el potencial para una rápida recuperación gracias a su capacidad agrícola y la inventiva de su gente. Sin embargo, es necesario que el cubano cambie su mentalidad, comprendiendo que el progreso se logra a través del trabajo y el esfuerzo, como han demostrado los cubanos que emigran y triunfan en el extranjero.

Efectivamente, es crucial discutir y educar sobre el funcionamiento del mercado, ya que las cosas no aparecen por magia; la comida en las tiendas llega gracias al esfuerzo de muchas personas que trabajan arduamente. En el caso de Cuba, un pueblo bien preparado y deseoso de progresar, la liberación de sus restricciones podría desencadenar una gran prosperidad. La inventiva del cubano, visible en situaciones de necesidad, muestra su potencial, y con la libertad para importar y generar, las cosas mejorarían notablemente. Sin embargo, es fundamental que los cubanos estén listos para esta libertad y comprendan la importancia de la disciplina en el trabajo. Aunque algunos creen en un cambio gradual, la historia demuestra que las transiciones rápidas y dolorosas pueden llevar al florecimiento, y Cuba debe prepararse para este cambio desde dentro, evitando el control absoluto y abrazando un sistema más flexible y eficiente.

Desarrollo:

Hoy hay que quitarse el sombrero, porque tenemos aquí a alguien que muy amablemente ha aceptado esta entrevista: el profesor universitario, profesor de economía, politólogo, doctor en ciencias económicas, Don Miguel Anxo Bastos. ¿Quién no lo conoce? Ustedes lo saben. Además, algunos ya se han dado cuenta de que lo sigo, lo busco, lo leo. En algunas explicaciones que he dado sobre economía, se nota que casi es copia y pega. Pero bueno, es la influencia que ha tenido el profesor en mí. Hoy por hoy, es un faro de luz anarcocapitalista. Imagínense si tenerlo aquí con nosotros no es una alegría. Así que vamos a disfrutarlo juntos. ¡Por favor, George, ponme al profesor Don Miguel en cámara!

—Buenos días, Don Miguel, ¿cómo está usted?

—Estamos bien, gracias a Dios.

—Muchas gracias por acceder a esta entrevista.

—Hoy, Don Miguel, vamos a tratar el tema como lo habíamos dicho, sin el sesgo de esa pasión que uno siente con el tema que sufrimos los cubanos: la tiranía castrista. Sin ese sesgo, técnicamente, con una autoridad en economía y política como usted, vamos a evaluar si el mercado puede resolver los problemas de la sociedad: las necesidades, las carencias, los precios, la inflación, todo lo que puede surgir en la economía de una sociedad. ¿Podría el mercado sustituir la intervención del Estado, con sus impuestos y ministerios? Hoy queremos proponerle que hablemos de lo que en Cuba se llama el Ministerio de Comercio Interior.

—¿Qué es el Ministerio de Comercio Interior? Para usted, que quizás no esté muy familiarizado con lo que ocurre en Cuba, el Ministerio de Comercio Interior fue creado por la tiranía para regular lo que implementaron a principios de los años 60: la cartilla de racionamiento, un método de distribución de alimentos, ropa, calzado y muchas otras cosas en tiempos de escasez y guerra. Este mecanismo ha continuado en Cuba durante 65 años. El ministerio tiene una infraestructura nacional, con oficinas en cada provincia, almacenes, camiones, y una red de distribución que llega hasta la bodega. Lo conozco muy bien, porque en Cuba fui bodeguero. Algunos me llaman «el bodeguero» porque trato de explicar la economía de forma simple, para llegar al cubano que está dentro, usando una frase suya: ¿cómo vamos a ser libertarios si primero las personas no son libertarias? Trato de apelar a esa idea. Ahora, Don Miguel, después de este preámbulo, viene la pregunta directa:
¿Usted, como autoridad en economía, cómo nos explicaría a los cubanos qué tan necesario es un ministerio como el Ministerio de Comercio Interior en un país, sea cual sea?

—Primero, muchas gracias por la invitación y la oportunidad de explicar este tipo de temas, porque es importante explicarlos, no solo a la población, sino también a los propios comunistas. Lo digo porque en las transiciones de Europa del Este, muchos de los que lideraron esos procesos eran antiguos comunistas, pero que habían entendido que el sistema que defendían no funcionaba. Por eso, es muy importante también explicárselo a ellos. Muchos son personas inteligentes, capaces, y no están movidos solo por el poder. Creo que hay que discutir, abrir el debate, y explicar cómo funcionan estas cosas. Pueden ser buenos aliados, y, además, muchos de ellos están bien formados. Hay que contar con ellos para el futuro.

Qué bien, qué bien que diga esto, cuando uno habla con personas así, el cerebro empieza a explotar. Nosotros tenemos en la oposición a mucha gente que es de izquierda. Yo diría que una mayoría de la oposición cubana.

—Uno de los problemas de un colectivo, de un pueblo que está tan alejado de cualquier tipo de capitalismo, es que no comprende los mecanismos básicos del funcionamiento de los mercados. Recuerdo cuando existía la cartilla de racionamiento, por ejemplo. No las viví yo directamente, pero las vi en mi casa, de los tiempos de la guerra civil en España. Mis abuelos guardaban esas cartillas después de la guerra de racionamiento. Eso ya existió, y luego cuesta mucho aprender cómo funciona el mercado. No es algo fácil de entender, porque nadie lo comprende por completo. Nosotros vamos a cualquier gran ciudad del mundo, a Madrid, Miami, o cualquier otra ciudad más o menos capitalista, y allí vemos de todo. Hay una variedad inmensa: todo tipo de teléfonos móviles, tornillos, corbatas, tazas, alimentos de todo tipo, de todas las calidades y precios. Desde los establecimientos de hostelería más caros hasta los más populares, hay de todo. Lo sé porque recientemente cambié una pieza de mi auto, la pedí y me llegó. Hay una enorme cantidad de elementos que me traen piezas hasta de lo más raro. Y ahí están, disponibles. La pregunta es: ¿quién da la orden? Creo que fue un dirigente comunista en los tiempos de la Unión Soviética quien, al visitar Londres en la época de Thatcher (hablo de memoria), vio todas las tiendas llenas de productos y preguntó quién era el planificador detrás de tanta abundancia.

Quería fichar al que organizaba todo eso de manera tan exacta. Y le dijeron que no había ningún planificador. Exacto, todo funciona solo. No hay una persona que dirija el proceso. Cada empresario, como el que me vendió la pieza de automóvil, se la encarga a un mayorista, y este a otro, y así sucesivamente. Cada uno conoce su sector, su parte del negocio, y sabe dónde comprar mejor. Y en 24 horas, a veces en menos, me llega la pieza, incluso desde otros países de Europa. Todo funciona así, sin que nadie dé una orden desde arriba. Este proceso me recuerda al famoso caso del lápiz, que nunca me cansoo de repetir, de Leonard Read. ¿Cuánta gente hace falta para hacer un lápiz? Y la respuesta es sorprendente: hacer un lápiz requiere la coordinación de cientos de millones de personas. El que corta la madera, por ejemplo, no lo hace con los dientes. Necesita un hacha o una sierra, y esa sierra está hecha de metal que viene de una mina. Para extraer el metal, hace falta maquinaria, explosivos, transporte, trabajadores, y todo eso pasa por un alto horno. Y así sucesivamente, el trabajo está dividido en miles de tareas. ¿Y cómo se coordina todo esto? Con dos cosas muy simples: precios y el principio de beneficio y pérdida. Esos dos mecanismos son los que permiten que todo llegue a su lugar. Los precios indican cuánto vale algo, y el beneficio o la pérdida orientan las decisiones. Nadie planifica el proceso completo de fabricación de un lápiz porque sería imposible. De igual forma, nadie puede llenar una ciudad de bienes siguiendo órdenes, porque el planificador no sabría lo que exactamente necesita cada persona. Por ejemplo, el planificador no sabía que mi coche se iba a averiar, por lo tanto, no podría tener prevista la pieza que necesitaba. Por eso, esos dos mecanismos (precios y beneficio) son los que permiten que todo funcione. Son las personas, los empresarios, quienes están todo el día arbitrando, viendo precios, preguntándose: «¿Puedo traer este azúcar más barato? ¿Puedo traer este cacao más barato?» Y si se juntan varios, pueden fletar un barco y traer productos como cacao, azúcar, papel o sombreros, lo que sea. Lo traen, lo venden, lo fabrican, y así continúa el proceso. El beneficio dice: «Produce esto», y la pérdida te avisa cuando no es rentable. En cada momento, el proceso productivo está orientando la producción hacia los mejores usos posibles, sin despilfarrar recursos, asignándolos correctamente. Esto es lo que se llama la anarquía del mercado, pero esa anarquía solo puede funcionar en ausencia de poder.

—Claro, ellos, a su nivel, tienen la información necesaria para asignar los recursos. Carecen de lo que Hayek llamaba «la fatal arrogancia».

—Por muy inteligentes que sean los planificadores, ese es precisamente su problema: creen que pueden diseñar el mundo de manera perfecta, pero carecen de la información completa sobre todos los precios. Siempre hago esta pregunta en clase: ¿Cuánto cuesta una cerveza común? Pues una cerveza tiene miles de precios. Quizá en el supermercado cuesta 50 céntimos, pero en un hotel de lujo cuesta 6 euros, y en un bar popular, 1,20. La misma cerveza no cuesta igual de noche que de día, ni en el centro de la ciudad que en un pueblo. Todo depende de factores como el alquiler del local, la mano de obra y un sinfín de detalles que solo conoce quien la vende. No hay un señor que pueda decir: «La cerveza cuesta 50 céntimos», porque si fija el precio así, lo hará mal. Los precios pueden ser demasiado altos o demasiado bajos, y estará asignando los recursos de forma incorrecta. Por eso, los precios son tan importantes, y no hay un solo precio; cada bien puede tener miles de precios distintos según el lugar, el momento, la hora o la urgencia. ¿Cuál es el precio correcto? Si necesito la pieza de mi coche para mañana, estoy dispuesto a pagar más. Si no tengo prisa, puedo esperar y recibirla por un medio más lento y barato. Todo depende de la urgencia que yo tenga. Si no consigo esa pieza, me costará más dinero por no poder cumplir con mis compromisos, pero ¿cómo se sabe todo eso? Lo repito: es maravilloso cómo estas ciudades están abastecidas sin que nadie dé una orden. No se puede planificar. Esa es la idea. Los precios nos transmiten información: nos dicen si un bien es difícil o fácil de hacer, si es abundante o escaso, y qué demanda tiene. Nos van informando, y así buscamos alternativas, sucedáneos o nuevas formas de producir. El beneficio y la pérdida funcionan de la misma manera, orientando las decisiones. Estas dos cosas eliminan la necesidad de un comercio centralizado. A veces pienso en los negocios prohibidos: ¿cómo es que hay droga en ciertos lugares si está prohibida? No sé cómo lo hacen, pero burlan las reglas.

—En el caso específico de Cuba, creo que cuando tengamos información exacta, veremos mejor la situación. A veces discrepo con otros economistas que usan los datos publicados por la tiranía, porque sé que carecen de transparencia y están manipulados. Sin embargo, acepto que es la información que tenemos, y sobre esa base se hacen los análisis. En Cuba, la economía informal es la que realmente está resolviendo los problemas. Dentro de la escasez, encuentras lo que necesitas. Hay un dicho en Cuba: «Dentro de la carencia, uno encuentra cualquier cosa». Cuando vives en la escasez, piensas que lo tienes todo, pero cuando sales y ves todas las alternativas, comprar algo fuera de Cuba se convierte en un problema para el cubano recién llegado. Recuerdo la primera vez que salí de Cuba, fue a España. Allí hablaban de una crisis. ¿Crisis? ¡Qué crisis ni qué crisis! Nunca había comido aceitunas, y allí había como 15 tipos distintos. Para mí, eso no era una crisis. En mi vida había visto tal abundancia. ¿Cómo se habla de crisis? Entonces, si ibas a comprar pollo, había pollo vegano, pollo más grande, pollo con plumas, sin plumas, con cabeza, sin cabeza. ¡Era un problema comprar pollo! Uno terminaba diciendo: «Póngame un solo pollo porque no sé escoger». Venimos de la necesidad, no tenemos ni la capacidad de elegir. Entonces, claro, en Cuba, la economía informal es la que finalmente resuelve la demanda. Usted hablaba del precio. Cada vez que hacen una regulación o intentan controlar el mercado con precios a nivel estatal, es increíble; acaban de hacer una regulación con seis productos y, claro, al día siguiente esos productos ya estaban más caros, porque el mercado reacciona, la economía informal reacciona. Ellos buscan la información de precios en la economía informal, pero con su fatal arrogancia y falta de capacidad. Si van a ponerle una tasa al dólar, buscan la tasa del dólar en la calle, en el mercado informal. Son ejemplos perfectos que usted menciona, porque el cubano, ya sea que viva fuera, dentro, o esté analizando esto y escuche esta entrevista, lo puede comprobar inmediatamente. Usted hablaba de la droga, pero yo me refiero a cualquier cosa.

—Claro, cualquier bien que esté prohibido crea un mercado negro, hasta de la leche condensada, por ejemplo.

—¡Exactamente! Imagínese que en un momento había un dispositivo para, según los meses de embarazo, calcular cuánta tela le tocaba a la embarazada. ¡Casi que medían la barriga con una cinta métrica! Decían: «Bueno, te tocan 2 metros de tela para que hagas los pañales». Una cosa increíble.

—Además, una intervención lleva a más intervenciones. Está muy bien lo que dice, porque en el libro Abundancia roja, que estudia estos problemas en la Unión Soviética, se cuenta que a las 12 del mediodía, los planificadores centrales de Moscú salían a hablar con las viejitas que vendían en el mercado negro. Les preguntaban los precios para luego anotarlos y poner ellos los precios, porque no tenían otra manera de fijarlos. Pero, aun así, los precios que fijaban siempre iban con retardo. Una vez que esos precios llegaban al plan central, ya habían cambiado.

—Todo quedaba distorsionado, porque las pobres viejitas tenían que, debido a las prohibiciones y regulaciones, pasar por una serie de elementos que alteraban el precio. No podían importar, no podían almacenar.

—Y eso hacía que los productos fueran mucho más caros y de peor calidad. Además, hay que sumar al precio los costes del riesgo. El riesgo de vender algo ilegal encarece todo. Y la calidad, al no haber competencia, tampoco mejora. Como usted decía, si solo hay un pollo, no sabes si es bueno o malo. Solo lo sabrás cuando lo compares con otros. Pero si no tienes referencias, tampoco hay incentivo para mejorar la calidad. ¿Para qué voy a mejorar un bien si ya lo tengo? Es lo que sucede cuando intentas regular demasiado. Creo que uno de los mayores daños de este tipo de economías es el control de precios. Si me ponen un precio en el que no puedo vender o pierdo al hacerlo, simplemente no traigo el bien. Y eso ya está más que demostrado. Quieren poner controles y controlar todo. Por eso siempre digo: el Ministerio de Asuntos Internos, cuanto más pequeño, mejor. Y si no existe, ¡mucho mejor!

—Imagínese lo último que hicieron, que prueba todo lo que usted está diciendo: aprobaron la comercialización e importación por parte de un sector que llamaban «no estatal». Pero, como hemos hablado antes, no tenía todas las condiciones para llamarse privado, porque no podían hacer lo que querían con esos negocios. Entonces, en pocos meses, aunque empezó con escasez y precios altísimos, poco a poco comenzó a estabilizarse. Cada vez había más oferta en las esquinas y los precios empezaron a bajar. La gente encontraba lo que necesitaba. Pero ahí llegaron ellos, dijeron: «No, esto hay que cerrarlo». Y ahora lo están cerrando, han impuesto una nueva ley, y ya hay escasez de nuevo. Todo vuelve a concentrarse en la corrupción, porque claro, le dan permisos a los más cercanos. Esto es lo que usted bien señala sobre la intervención del Estado. Si se hubiera permitido que ese comercio continuara, con almacenes enteros rentados, contenedores que llegaban con pollo, cerdo, huevos… poco a poco, dentro de la escasez y con mucha regulación, se estaba satisfaciendo la demanda. La gente se organizaba, cambiaba dólares, y funcionaba. Pero cuando ellos se meten a regular, vuelve la escasez, la inflación, el aumento de precios. Todo esto pasa porque no quieren eliminar su ministerio, entre otros, el Ministerio de Comercio Interior.

—El problema es que este tipo de ministerios crean su propia regulación y su propia dinámica. A estas personas hay que explicarles que cuando llegue otro sistema, van a vivir mejor que ahora. Al final, usted es funcionario, trabaja en un órgano de este tipo, pero muchos de estos trabajadores, por ejemplo, en Polonia, Letonia, o Lituania, se reciclaron, trabajaron en el sector privado y hoy viven mucho mejor que antes. El cambio no es ninguna catástrofe. Al final, ellos también sufren los rigores del sistema, quizás un poco menos que los demás, pero los padecen igual.

—¿Cómo le decimos al cubano que se preocupa por qué va a pasar con su libreta de abastecimiento si hay un cambio hacia la libertad? ¿Qué va a comer? ¿Cómo le llegará el arroz, el café, lo que le dan con la libreta? Pues, ¿cómo comen en Puerto Rico? Lo digo porque Puerto Rico y Cuba siempre fueron a la par hasta la Revolución. Hoy, Puerto Rico es el país hispano más rico de América Latina, con mucha diferencia. ¿Cómo hacen ellos? Van a la tienda, compran, y hay de todo. Es normal que esa pregunta se hiciera mucho durante las transiciones en Europa del Este. La gente pensaba que se iba a quedar sin comer, pero luego empiezan a ver abundancia. Eso sí, siempre hay una transición, y puede ser un poco dura al principio. Pero rápidamente todo se ajusta, vuelve la abundancia, los precios se equilibran, y los salarios comienzan a adquirir dimensiones globales. Es decir, la gente empieza a cobrar de acuerdo con su cualificación a nivel mundial, y a consumir bienes como en cualquier otro lugar. Yo creo que la población cubana está perfectamente preparada. Es una población bien formada y educada, con dotes para la inventiva y el trabajo. Cuando salen de Cuba, lo demuestran. No olvidemos que hasta 1959, Cuba era más rica que España. El primer ferrocarril hispano fue en Cuba. La gente cubana tiene esa capacidad de trabajo e inventiva, y la sigue teniendo.

—Yo viví muchos años en República Dominicana, y ese es otro punto: Cuba es un país eminentemente agrícola, con más del 70% de su tierra cultivable sin explotar, precisamente por las regulaciones estatales. En Cuba, hay cultivos de ciclo corto. Eso significa que en tres meses ya se podrían cosechar vegetales y la gente estaría comiendo. En República Dominicana, que es más pobre, antes de acostarse se come un plato de yuca, un plato de batata, se le echa un poco de aceite, se fríe un pedazo de cerdo y se come un chicharrón. O sea, yo no creo que vaya a pasar mucho tiempo. A lo mejor toma un poco de tiempo que los importadores traigan comida vegana, sushi, salmón o caviar, pero los alimentos básicos, para llenarse y alimentarse bien, con vegetales, con viandas, cerdo, también res, cabra, lo que nosotros llamamos carnero, todo eso va a estar ahí. Estamos hablando de dos o tres meses, y habrá abundancia, a buenos precios.

—Un trabajador europeo gasta un porcentaje relativamente bajo de su sueldo en comida. Aunque gasta en comida bastante, ese porcentaje es relativamente bajo y ha ido bajando con el tiempo. Eso es lo que quiero decir. Todo esto no se puede planificar: la producción de bienes y lo que van a demandar los cubanos no se puede prever. Se regulará a través de los mecanismos de precios, como hemos visto. El cubano producirá sus bienes, los intercambiará en el mercado mundial a precios internacionales, y con esos ingresos comprará todo tipo de bienes. Es lo que decía Tyler, en lugar de fabricar productos electrónicos, vamos a producir lo que sabemos hacer bien. Producimos maíz, por ejemplo, lo vendemos, y con ese dinero compramos coches japoneses, tecnología, y todo tipo de bienes. Estamos intercambiando un bien por otro, en lugar de querer hacer todo nosotros. Vamos a hacer lo que mejor sepamos hacer, que son muchas cosas. Repito, el cubano es un pueblo ejemplar. En Galicia, de donde soy, tenemos conocidos y familias que emigraron a Cuba. Cuando regresaban, venían con aquellos «aigas», esos coches lujosos, porque Cuba era mucho más próspera que nosotros. Esa capacidad aún la tienen.

—Don Miguel, le voy a hacer una pregunta, si me permite especular. Hablando de una posible transición en Cuba, tomando como ejemplo los países del antiguo bloque socialista en Europa del Este, ¿Sería más eficiente y eficaz eliminar de raíz un ministerio como el de Comercio Interior, o hacerlo de forma gradual? ¿Qué piensa usted?

—En las transiciones de Europa del Este hubo dos enfoques. Uno radical, como hizo  Balcerowicz en Polonia, que simplemente acabó con todo de golpe. Y otro gradual, como en Rusia, Ucrania o Bielorrusia. Normalmente, el enfoque radical funciona mejor. Es doloroso al principio e implica muchos cambios, pero empiezas de cero y el crecimiento es más rápido. Hoy, algunos de esos países del Este ya superan a España en renta per cápita. Polonia, Letonia y Lituania, por ejemplo, ya tienen niveles de vida europeos, y creo que ya superaron a España en producto per cápita. Les tomó 30 años, pero los cambios se vieron a lo largo del tiempo, y ahora son países de renta elevada. Todo va a depender de que la gente tenga conciencia, que quiera y acepte el cambio. No se trata de vender la idea de conservar lo que tenemos. Vamos a cambiar, punto. Si la gente lo asume, incluso los comunistas, como sucedió en esos países del Este, su nivel de vida también mejorará. Es lo que hay que explicar, pero claro, al principio es difícil de entender. Hay mecanismos de mercado que no son fáciles de comprender: los intereses, los bancos, las hipotecas. Y, claro, muchas personas, si no tienen la información adecuada, pueden cometer errores. Por ejemplo, en Albania, muchos cayeron en estafas piramidales. Hay que avisar que eso no es así, que no funciona de esa manera. Por eso es importante que las personas tengan algo de cultura económica y que entiendan un poco cómo funcionan los mercados. El mercado es relativamente natural, pero el capitalismo ya es otra cosa. El capitalismo requiere más entendimiento, porque implica inversión, pensamiento a largo plazo, saber lo que es una amortización, un tipo de interés, la bolsa de valores, cómo debería funcionar un banco, etc. El cambio es complejo, pero los cubanos tienen una ventaja: tienen experiencia y saben lo que ha sucedido en otros países.

—Tienen la comparación. El mismo cubano que en Cuba no tiene motivación, que está sentado en una esquina sin camisa, conversando, y cuyo anhelo es que llegue el fin de semana para ver cómo consigue un dinerito para tomarse una botella de ron jugando dominó, es el mismo cubano que, cuando sale de Cuba, entiende que el capitalismo es trabajo duro, ahorro e inversión. Y sale y triunfa. El sur de la Florida está lleno de cubanos exitosos, al igual que Madrid, Barcelona y Galicia.

—Dicen que fue una bendición para el sur de la Florida, una zona que prosperó mucho gracias a los cubanos. Cuba era un país de alta renta antes de la revolución. No es algo nuevo. El Che incluso dijo que el socialismo había llegado a un país avanzado. Cuba tenía más renta que España, y estaba al nivel de Italia en la época de la revolución, con zonas y producciones muy prósperas. No es necesario hacer grandes cambios, simplemente establecer los derechos de propiedad de manera clara, y verás cómo todo empieza a mejorar. Por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial, en Alemania, la parte ocupada por los americanos tenía muchos controles de precios. El ministro de Economía, Ludwig Erhard, eliminó los controles, a pesar de que muchos decían que era imposible. En cuestión de semanas, todo floreció de nuevo: las tiendas estaban llenas y la gente empezó a producir. Lo mismo ocurrió en Polonia durante su transición; aunque al principio hubo dificultades, hoy el país lleva años de crecimiento continuo.

—Ahora, en el caso de Cuba, después de tantos años de escasez, el cubano sueña con cosas simples, como pintar su casa en diciembre o comprarse ropa nueva. Incluso recientemente se permitió la importación de autos, y en poco tiempo se veían Tesla, Chevrolet Camaro y otros coches de lujo por La Habana. Es impresionante lo rápido que la gente accede a cosas que fuera de Cuba son difíciles de conseguir. Si bien aún existe mucha regulación en lugares como Estados Unidos, con políticas fiscales y monetarias que limitan ciertas cosas, las empresas allí tienen más libertad para triunfar y los ciudadanos más independencia del Estado. Comparar eso con la situación actual de Cuba puede parecer difícil, pero estoy seguro de que en poco tiempo el cubano podrá acceder a más comida a mejor precio, más ropa, zapatos, recreación, pintar su casa y cambiar los muebles. No tengo ninguna duda. No me aventuro a decir que todo será perfecto de inmediato, porque ponerse a la par con el resto del mundo llevará tiempo. Pero, como usted

decía, el mayor reto será cambiar la mentalidad del cubano, para que entienda que no es natural tener dinero sin esfuerzo, que lo normal es trabajar, ahorrar y luego consumir.

—Efectivamente, es necesario, al menos, discutir estas cosas, educar, explicar cómo funciona el mercado. En el mercado, las cosas no se regalan ni aparecen por arte de magia. La comida no aparece en las tiendas porque sí. Llega porque hubo gente que se levantó a las tres de la mañana para ir a buscar pescado al puerto, cargaron un camión y trabajaron duro para que ese pescado llegara a la tienda. Yo, a su vez, debo intercambiar mi trabajo por dinero para comprarlo. Es un intercambio indirecto, pero de eso se trata: trabajar en un sistema adecuado. Un pueblo como el cubano, con una buena preparación, está listo para prosperar. He dado clases a cubanos que venían de intercambio a la universidad y siempre he visto que son personas muy preparadas. Siento que a los cubanos los tienen «encadenados», y si los soltaran, serían una maravilla. Es un pueblo con ganas de progresar y tiene todo para ser próspero.

—Además, lo merece. Y, como bien dices, merecemos ser libres también. La gente tiene que estar preparada para esa libertad. Hoy, con tanta necesidad inmediata, la inventiva del cubano se ve a diario. ¿Cómo sobrevive un cubano hoy? Siempre pongo el ejemplo de mi mamá, que en paz descanse. Ella podía alimentar a cinco personas con un cuarto de pollo y dos tacitas de arroz, sin aceite ni nada. Nos hacía la comida y comíamos varios días con eso. Nunca nos preguntábamos qué era lo que comíamos, simplemente aceptábamos lo que había. Esa inventiva cubana es increíble, pero imagínate lo que sucederá cuando se rompan esas cadenas, cuando puedan importar, comprar, planificar y generar.

—Ahora, es importante también explicar que hace falta disciplina en el trabajo. Las cosas no llegan por sí solas. Llegan porque uno produce algo que los demás valoran, y a cambio de eso, ellos te dan lo que tú necesitas. Si el cubano trabaja y aplica lo que sabe hacer, que es mucho, todo mejorará. La juventud cubana que conocí está muy bien formada, y en general, es un pueblo alfabetizado y trabajador. Pero hay que entender que el trabajo implica disciplina, normas, y ese proceso de interiorización es crucial. Algunas personas dirán que las cosas no cambiarán rápidamente, que hay que ir poco a poco desmantelando el sistema.

—Sé que lo ideal sería un cambio gradual, pero es como una infección en un dedo: si la dejas crecer, al final hay que cortar más. Es mejor hacerlo de una vez, pasar el trago amargo, y a partir de ahí, empezar a mejorar. Algunas transiciones en otros países han sido así, rápidas y dolorosas al principio, pero luego han florecido. Otra opción sería un modelo de evolución desde dentro, como el caso de China o Vietnam, pero incluso ellos, al final, se ven obligados a abrirse. Un sistema capitalista no puede tener un control total, porque si tienes acceso a internet o a un teléfono móvil, el control absoluto es imposible. Los chinos están experimentando eso; o se abren, o se estancan. Al final, muchos estudiantes chinos vienen a estudiar a universidades en el extranjero, aprenden nuevas ideas y regresan con una visión diferente. Eso es inevitable. En el caso de Cuba, tengo claro que el cambio tiene que venir de los propios cubanos, no desde fuera.

—Nosotros somos quienes debemos prepararnos para ese cambio. También debemos tener la madurez política para no caer en la trampa de pensar que el socialismo puede funcionar mejor si se implementa de otra manera. El problema no está en cómo se hace, sino en el sistema en sí.

Por eso, aunque a algunos les llame «socialismo del siglo XXI», al final no es más que capitalismo con otro nombre. Al capitalismo le llaman socialismo con características chinas.

—Exactamente, le cambian el nombre. Ellos hacen eso muy bien: constantemente cambian el nombre para que suene distinto. En Cuba, por ejemplo, no le llamaban «sector privado», le decían «sector no estatal». Siempre evaden los conceptos claros para que la gente no sepa realmente de qué se está hablando.

—He mencionado el comercio interior en una pequeña introducción, pero después hay que ir detallando precio por precio, política por política: controles de calidad, controles de precios, regulaciones, etc. Lo que quiero decir es que no hace falta planificar todo. No hace falta un ministerio para eso. Normalmente, las ciudades, pueblos o países se llenan de productos sin que haya un ministro diciendo qué debe traerse.

—Eso demuestra que no es necesario ese control. Además, hay evidencia. Contra la evidencia, sea matemática, histórica o científica, no se puede argumentar, ni siquiera en política. Las mismas bodegas que eran de muchos gallegos y que estaban llenas de productos, donde te hacían una lista porque te fiaban, ya no existen así. Antes te fiaban hasta fin de mes o de semana, y te lo llevaban a casa, lo que hoy llaman «delivery». El bodeguero mandaba a su ayudante para hacerte llegar el pedido. Esa misma bodega, abarrotada en 1959, fue nacionalizada y expropiada, y ahora está vacía. No es que hayan construido nuevas bodegas; es la misma. Entonces, ¿qué cambió? La intervención del Estado, del Ministerio.

—El bodeguero conocía a sus clientes, sabía exactamente lo que demandaban, dónde conseguir los mejores productos al mejor precio, y se los ofrecía a sus vecinos porque había competencia.

—Claro, a veces lo vendía más caro, pero te lo fiaba y te lo llevaba a casa, sabiendo que había bodegas en cada esquina, con una feroz competencia de precios, calidad y servicio.

—Esa competencia es lo que mejora un país. El bodeguero sabía manejar su negocio, pero el planificador central, que normalmente es un técnico, no es un bodeguero, no trata con la gente. Decide cosas desde su oficina, sin información real de lo que necesita la gente ni de cómo conseguirlo mejor.

—Entonces, la gente habla con melancolía de épocas de «bonanza», de que había tiendas y se conseguían cosas. Pero eso era porque teníamos un bloque socialista que lo subsidiaba todo, y mandaba barcos llenos de mercancías para Cuba. Recuerdo que todos los niños teníamos la misma camisa, todos los hombres los mismos pantalones, y salir un sábado era ver a todo el mundo con la misma ropa y los mismos zapatos, porque venían de Rusia y se vendían por la libreta. No era que había una bonanza; es que le estaban sacando dinero a los soviéticos. Había pueblos en Rusia que no tenían combustible para energía, mientras aquí llegaba mercancía subsidiada. Después vino el famoso «Periodo Especial», y con él, la falta de todo. Todo lo que venía del bloque socialista se acabó. Cuba enviaba azúcar, tabaco o ron, y desde allá venían contenedores de mercancía. Desde comida hasta contenido en la televisión. Yo crecí viendo dibujos animados rusos y jugando con juguetes soviéticos. No era bonanza, era subsidio.

Ahora, quizás algunos piensen que esa fue una época de bonanza, pero no lo fue. No como en 1959, cuando las bodegas en cada esquina estaban llenas, te daban financiamiento, te llevaban la compra a casa, y el bodeguero sabía exactamente lo que sus clientes querían. Cuando entraba Doña América a la bodega, él ya sabía que venía a buscar azúcar. «¡Ve buscando tres cuartos de azúcar que ya viene Doña América!», decía. Ese nivel de conocimiento lo da el contacto diario con el cliente, porque vive, duerme y trabaja en su comunidad. Entonces, eso no lo va a sustituir un planificador central porque es imposible monopolizar ese conocimiento.

—Aunque tuviera buenas intenciones, no puede hacerlo. Carece de información, no tiene todo el conocimiento tácito de tiempo y lugar. No sabe exactamente cómo varían los precios a nivel mundial. Siempre está actuando con retardo, y cuando se le escapa un detalle, tiene que rehacer el plan.

—Así es, y después viene la corrupción, porque donde hay carencias, se generan mercados negros. Lo sé bien. En las bodegas de Cuba se trafica azúcar, leche en polvo, o se adulteran productos. Le echan agua al ron, pulverizan azúcar y se la mezclan a la leche en polvo, o alteran el peso poniendo más sacos o cartuchos, y no le quitan la tara para que marque más. Eso genera excedentes que luego se venden en el mercado negro. Recuerdo en 1992 o 1993, una caja de cigarros se reguló, y del 31 de diciembre al 1 de enero su precio se multiplicó por 10. La misma caja, de un día para otro, costaba 10 veces más. Esto es lo que provoca la regulación de precios.

—El control de precios es lo peor que existe, aunque a primera vista parezca una política popular.

—Lo mismo ocurre con el salario mínimo y otras regulaciones similares. Pero bueno, Don Miguel, no le quiero robar más tiempo. De verdad, muchísimas gracias. Usted no se imagina el efecto que tienen estas conversaciones. Le repito, agradezco enormemente su labor de educación. Como bien dice, hay quienes aún no lo entienden, y es bueno que esto se haga rápido. Algunos pueden decir: «Eso lo dice Milanés porque está en contra de lo que pasa en Cuba». No, aquí estamos hablando con un profesor, un catedrático, una persona con autoridad intelectual y conocimiento, que nos está demostrando de manera afable y coloquial —sin términos técnicos complejos— por qué no hace falta un ministerio para que el cubano pueda comer, vestirse y satisfacer sus necesidades a buen precio y con buena calidad.

—La prueba está en los países que antes formaban parte del bloque soviético. Ya no tienen ministerios de comercio interior como antes, y ahora tienen más que antes, probablemente.

—Habría que desarrollar otros temas, claro.

—Pero eso ya depende de usted. Nosotros aquí tenemos las puertas abiertas para cuando tenga tiempo. De verdad, usted lo verá. Mucha gente en Cuba nos sigue, y cada vez que tenemos la oportunidad de hablar con personas como usted, la gente lo agradece. Le comento algo que he recibido como retroalimentación: el pueblo cubano, especialmente el cubano de a pie, a veces se siente abandonado. Se habla de Cuba de una forma muy abstracta, pero el cubano común quiere que se le hable directamente, que se le explique a él. Y eso es lo que usted ha hecho hoy. Se lo agradezco muchísimo, porque mucha gente humilde y trabajadora va a ver esto y va a decir: «Es

así, esto es lo que está pasando». Un ejemplo claro es el presidente Milei, que tiene un apoyo grandísimo entre los cubanos, no solo en Argentina, sino dentro de Cuba. La gente quiere a Milei, y es por eso, porque se sienten identificados con sus ideas y con ese anhelo de libertad. Cuando tenemos la oportunidad de hablar con personas como usted, sentimos esa libertad un poquito más cerca. Así que muchísimas gracias. Esperamos poder contar con usted en otro momento, cuando tenga disponibilidad, para seguir demostrando la no necesidad de ciertos ministerios en Cuba, y profundizar en temas como los derechos negativos versus positivos.

—De nuevo, muchas gracias por su amabilidad, y hasta la próxima, si Dios quiere.

—Amén, así será. Muchas gracias.

 

MANUEL MILANES  Consejo Para la Guerra Anticomunista CPGA

https://www.cpgalegal.org/

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