La Organización de las Naciones Unidas (ONU) dio el micrófono a Miguel Díaz-Canel y lo recibió como “excelentísimo señor presidente” reafirmando la legitimidad que la comunidad internacional le da a la dictadura.
En ese sentido, Manuel Milanés argumenta que “la gente te presta más atención no solo por quién eres, sino por quién representas». En este contexto, Díaz-Canel, más allá de representar a Cuba, lleva consigo el peso de 134 naciones y China como parte de ostentar la presidencia protempore del G77.
Más allá del título otorgado, lo significativo radica en que la ONU otorga a Díaz-Canel la misma categoría que a líderes de naciones con procesos democráticos de elección. La visión del organismo internacional contradice la percepción de muchos cubanos en el exterior y activistas que buscan romper relaciones diplomáticas con Cuba.
“Con el simple hecho de que la ONU lo reconozca así, se confirma que nuestra lucha es por romper relaciones con Cuba. Hace unos meses, enviamos una carta pidiendo precisamente eso. Sin embargo, aunque fue firmada por múltiples instituciones, partidos, activistas y líderes cubanos e internacionales, ningún estado la firmó. Si mantienes una embajada de Cuba en tu país, reconoces a la tiranía. Y si reconoces esa tiranía, otorgándole la misma categoría que un gobierno democráticamente electo, apoyas a esa tiranía”, explicó Milanés.
Díaz-Canel aprovechó su discurso para señalar los problemas de los países en desarrollo. Citó temas como la contaminación de las potencias capitalistas, la explotación pesquera y minera, y cómo esto afecta al medio ambiente. Pidió que las naciones desarrolladas proporcionen recursos, aunque contradictoriamente utilizó términos como «países en desarrollo» y «países pobres».
La ONU, con esta actitud, le está diciendo a la oposición cubana que siga protestando en las calles, pero para ellos, Miguel Díaz-Canel es el excelentísimo presidente de la República de Cuba y también presidente del grupo de los 77 más China.
En conclusión, Díaz-Canel y la ONU parecen alinearse en una agenda que capitaliza la pobreza y corrupción de algunos países para beneficiarse de las naciones más prósperas, como la Agenda 2030.